Por Gloribel Delgado Esquilín
Miprv.com
Fue oscureciendo y el grupo de visitantes que se dio la vuelta por Cueva Ventana se esfumó. Todos menos nosotros cuatro: el biólogo Angelo Soto de la Universidad de Florida, el fotógrafo Yoel Parrilla, Zuleika Parrilla y Mi Puerto Verde, que seguíamos enfocados en conseguir al murciélago viejo y lograr muestras de una de sus alas para completar estudios genéticos.
Por el momento, nada indicaba que lo encontraríamos. Y mirar detenidamente al murciélago frutero común (Artibeus jamaicensis) que acababa de capturar Angelo era la mejor recompensa. Estuvimos un buen rato observándolo.

Mirar detenidamente al murciélago frutero común (Artibeus jamaicensis) que acababa de capturar Angelo era la mejor recompensa./Foto Yoel Parilla
De los más abundantes
Según nos explicó el científico, este murci es uno de los más abundantes del trópico. Se encuentra en árboles, cuevas y casas. “Duerme en muchos sitios y lo encuentras donde quiera. Pueden estar en el palo de capulín o el de higo. Y hasta en el medio de Bayamón los ves sin problema. Los encuentras tanto en el campo como la ciudad”, narró Angelo.
Al verlo de cerca, nos llamó la atención sus filosos dientes. Con ellos atrapa frutas y puede volar largas distancias sin soltarlas. Estos mamíferos voladores parecen pequeños seres humanos, por sus extremidades similares a las nuestras y sus genitales expuestos (pene y testículos en el caso de los machos y mamas, en el caso de las hembras).
Una de las diferencias más curiosas son la manera que tienen de doblar las patas. A diferencia de los humanos, que doblan las rodillas hacia atrás, ellos doblan sus extremidades hacia alfrente. Este movimiento les facilita acomodarse con sus alas cuando duermen enganchados en techos y árboles.

Un murciélago pescador comenzó a volar alrededor de Zuleika y Angelo intentó capturarlo. Pero no tuvo suerte./Foto Yoel Parilla
Se enchuló de Leika
Luego de mirar por un rato al frutero común, otro murciélago se hizo sentir. Se trataba del murciélago pescador (Noctilio leporinus) que comenzó a volar con insistencia alrededor de Zuleika. Bajó del techo de la cueva y por poco le roza la piel. Era enorme.
Angelo corrió con la red intentando capturarlo para tomarle fotos. El murciélago dio tres, cuatro vueltas a toda velocidad entre las estalagtitas y la piel de nuestra amiga, que apenas se movía.
“Se enchuló de Leika”, decíamos en broma.
Pero no hubo forma. El mamífero conocía muy bien su territorio para dejarse atrapar. Y luego de varios minutos, se escondió.
Al rato, decidimos irnos. No había rastros del “murci callejero”. Pero en par de minutos, el ánimo volvió a estallar, cuando Zuleika y Angelo, que caminaban frente a nosotros capturaron otro murciélago pequeño. Creyeron que era el famoso murciélago viejo. Pero no. Falsa alarma. Eran unos bebés murciélagos fruteros común, que en la oscuridad de la cueva parecían al famoso murciélago que buscábamos.
La búsqueda había terminado
El sonido de los murciélagos llenaban los corredores. El espacio cada vez más frío y húmedo comenzaba a colmar las fosas nasales con ese olor particular de tierra, piedra caliza, excremento y profundidad. Sabíamos que la búsqueda había llegado a su fin. El biólogo insistió que el murciélago viejo es un poco escurridizo y aunque antes lo había visto en Cueva Ventana, esta vez no tuvimos suerte.
El animal no solo vive en cuevas, sino que aprovecha las estructuras hechas por los humanos -como casas, puentes y túneles- para vivir. Explicó que en Estados Unidos existen colonias de este tipo de murciélago que pueden alcanzar los millones de individuos, como es el caso de Carlsbad Cavern en Nuevo México y Bracken Cave en Texas.
“Sin embargo en las islas nunca se ha encontrado colonias tan grandes. (Sus colonias) No llegan a miles. En términos de comportamiento es bien diferente (a los del Norte). Esa combinación, de usar estructuras y tener poblaciones pequeñitas, es característica de este murciélago que viene y va. Otros murciélagos son más gregarios. A lo mejor hace miles de años estuvieron siempre aquí y tal vez en miles o en millones de años, estarán en el mismo sitio”, aseguró el estudiante de doctorado de la Universidad de Florida.
Indudablemente esta no era la ocasión de verlo, nuestros estómagos anunciaron que la búsqueda había terminado.

En el camino de regreso, vimos varios grillos de cueva que se quedaron inmóviles./Foto Yoel Parrilla
Al salir de la cueva y subir la escalera que nos conectó al bosque, Zuleika descubrió varios coquíes que cantaban decididos. No se movieron. Nos acercamos para fotografiarlo, mientras repetían su particular cántico con la noche arropándonos. Era la despedida, el cierre perfecto de un día intenso en el que descubrimos, una vez más, la maravillosa biodiversidad de nuestra isla.
2 Comentarios
agente2012
14/06/2011 at 10:38 amMuy interesante…
PD: Deben tener cuidado cuando entren en cuevas donde hay muchos murciélagos (Se debe usar mascaras para proteger la nariz) por la murcielaguina.
Saludos
miprv
14/06/2011 at 8:45 pmGracias por la recomendación. Saludos. Recuerda enviarnos tu correo electrónico para comunicarnos contigo y visitar las cuevas que conoces.